miércoles, 21 de diciembre de 2011

DESVENTURAS SURFÍSTICAS

Esta historia me ocurrió a principios de otoño y la tenía en el tintero con tanto viaje y currelo. El caso es que yo siempre que voy solo en el coche a surfear, siempre, llevo dos tablas. Esto es por varias razones.

La primera es que aunque con los partes de internet te puedes hacer una idea de lo que te vas a encontrar, dependiendo de las condiciones al llegar a la playa elijo la tabla que mejor vaya. Por ejemplo si está cañero escojo la que tenga más rocker y agarre, o si está más flojito una con volumen y más planita.

La segunda razón es que si he conducido 120 km para ir a coger olas no quiero tener que irme a casa de vacío si le doy un buen toque a la tabla en la primera ola y me tengo que salir. Una tabla de remplazo te salva el viaje.

La tercera, es que si llevas dos tablas (cada una con sus quillas e invento propio me refiero), si se te sale una quilla o partes el invento también tienes un repuesto a mano para poder retomar el baño.Bueno pues esa mañana me levanté pronto para ir a trabajar a San Sebastián. Era viernes y estaba cansadísimo de toda la semana pues había entrado al agua bastante. Ese día, el único en los dos últimos años, me dio mucha pereza bajar en el ascensor dos tablas, ordenador de trabajo, mochila con traje, etc… y me fui con sólo una. Al llegar al trabajo veo que las vallas del parking están cerradas y las luces de las oficinas apagadas. ¿Qué pasa? Al poco me apercibo que todos los bares y tiendas están cerrados. Es la fiesta de Nuestra Señora de Aranzazu en Guipúzcoa y yo sin enterarme. Estoy de suerte me digo, día de fiesta… pues a la playa!

Como lo tengo a cinco minutos del trabajo me voy a chequear la Zurriola. Mar ordenado pero con unos pepinos cayendo a destajo. Está para Mundaka, y mientras me decido si esperar a la marea e ir allí cometo el grave error de llamarle a mi mujer para decirle lo ocurrido. “Pues vente para casa pronto a recoger a las crías del cole y a comer” me dice, ya no me da tiempo a ir a otras playas y me meto en Gros entre semi-cerrotes de dos metros.

Consigo coger un par de olas en el pico de Monpas, pero remontando me pilla la serie del mes. Con un labiazo a punto de caerme encima suelto la tabla (previo vistazo que no hubiese nadie detrás) y la ola me parte el invento como si fuese un hilito de coser. Veo la tabla siendo arrastrada en dirección a la orilla y comienzo la remada hacia la playa entre espumones y un mar agitado.
Al llegar a la playa para mi sorpresa la tabla ya no está por ahí, miro y remiro, pregunto a la gente si la ha visto y nada. Para mi horror se me ilumina la bombilla y si conocéis la Zurriola sabréis que junto al muro hay una corriente fuerte (sobre todo en días grandes) que te saca para fuera. Esa misma bendita corriente que me ayuda a salir hacía el mar abierto sin casi mojarme el pelo se estaba llevando mi tabla!

Esprintando desconsolado subo las escaleras y salto encima del muro para recorrer el mar con la vista. A lo lejos veo mi tabla derivando hacia mar adentro y acercándose peligrosamente a las rocas del acantilado. Me caguen la sota de oros, ya casi estaba viendo mi preciosa Dick Brewer rebotando contra las piedras. Corrí al parking y cogí del maletero unos escarpines de verano que justo había comprado el día anterior para el viaje a Perú. Eso fue providencial, porque a continuación tuve que bajar por las escaleras viejas que están a mitad del muro (esas que están cerradas al público) haciendo malabarismos para no resbalarme y caer de bruces. El rockodromo al que me refiero en esta historia es al ilustrado por la foto de abajo, aunque el mar no estaba con esa calma chicha!





Después de recorrer bastantes metros entre cantos rodados, reef y olas, anclada sobre unas rocas incrustadas de lapas yacía la tabla. Me temía lo peor, fracturas desde la punta hasta la cola pensaba, pero para mi enorme sorpresa la tabla no tenía ni un toque (os juro que todavía no me lo explico). Ya me dijo el de la tienda en Hawái que el glasser de Dick, Jack Reeves, era el mejor del mundo. Desde luego que en esta ocasión el trabajo del glaseado aguanto unos buenos envites.


De regreso al parking y sin un invento de repuesto, pues solo llevé esa tabla, y con media hora de espera hasta que abriesen las tiendas no me quedo otra que cambiarme. Es la “Ley de Murphy”, para un día que no llevo las dos tablas… y es que ya me paso la última vez que hice eso hace dos años. Bueno, en realidad en esa ocasión salí de casa con dos tablas pero una la dejé para vender en la tienda y después me fui a dar un baño con la otra. A principios de sesión en un intento de floater la tabla se dio la vuelta con la mala fortuna de caer mi rajita del pompis sobre la quilla izquierda. La quilla con tapón incluido se fue al garete, mi culo vio las estrellas y me quedé sin baño por no tener recambio de tabla.

Así que estas son algunas de mis desventuras surfísticas y el porqué de llevar siempre dos tablas en el coche.

Hasta otra, SF

2 comentarios:

  1. Como muy bien dices, es la ley de murphy.

    Pero el error más grave, en mi opinión, no fue el llevarte solo una tabla, si no llamarle a tu mujer.

    ¡Por una vez que tienes todo el día libre sin ningún tipo de obligación!

    Un abrazo,

    PD: No te perdiste nada en Jefris ese día. Estaba imposible.

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  2. Jaja, como sabes!! (se nota que tu también estás casado ;-)

    Un abrazo, SF

    PD: Notese que el tema es totalmente aplicable a chicas surferas con pareja no surfer que les chafa el plan. Que no se nos tilde de sexistas aquí.

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