viernes, 21 de octubre de 2011

SURFING PERU

Perdón por la demora en bloguear. En Perú estaba a lo que estaba surfear y de regreso me ha tocado recuperar tiempo con la family y trabajo acumulado. Además no sé qué pasa que no puedo descargar bien las fotos, así que esas vendrán en la próxima entrega. Aquí va el texto.

Tras el trabajo de Ecuador, me despedí de mis colegas en Guayaquil. Esa noche cogí el autobús cama por $ 17 que me dejaría en Mancora unas 8 horas después. Antes de subir al bus nos tomaron a todos los pasajeros la huella dactilar, imagen en video y nos pasaron un detector de metales! Esta zona fronteriza con Perú es zona de contrabando y lugar frecuentado por maleantes.

Una vez de cruzar la frontera a las 3 am sin problemas, llegamos a Mancora al amanecer. Allí con la ayuda de Juan el conductor de mototaxi dimos unas vueltas buscando un hospedaje adecuado. Acabé en el Guacamayo, con unas cabañas tranquilas, a unos 7 minutos andando del centro, y alejado una calle de la línea de playa. Lo suficientemente apartado para no oír ni el bullicio de la música salsera de los bares de copas (Mancora es un pueblo turístico y de marcha), ni el notable ruido de las olas.

Tras dejar los bártulos me fui a la playa a lo lejos se veían unas buenas olas de metro rompiendo en el pointbreak. Y yo sin tabla! En frente de donde rompían las olas había un chiringuito que rentaba tablas pero a las 8 am todavía estaba cerrado. Para las 9 las condiciones empezaron a deteriorar. La marea estaba bajando y el viento onshore subiendo. Aún así la calidad del fondo de piedras se hacía notar y mantenía buena forma.
Una vez abierto el chiringuito de la playa pregunté si vendían tablas, tenían un par bastante destartaladas y no eran mi tipo de tabla (poco tamaño y volumen para un pureta como yo!). Así que alquilé un tablón 9 pies para aprovechar el medio metro tocado que quedaba en marea baja. El agua en Mancora está caliente, así que con licra y bañador me di el primer baño peruano, bastante divertido por cierto. En el agua otros cuatro tabloneros, uno con trifin y varios pupilos recibiendo una clase de surf. Lo de clase es un decir, lo que hacen es que cada surfista va acompañado de un monitor equipado con aletas que les empuja a la ola y va agarrando la tabla hasta que el aprendiz está de pie y angulado en la pared. Así el pupilo va corriendo la pared de la ola desde el primer día y algunos soltando un alarido cuando experimentan por primera vez esa sensación tan especial.

Al día siguiente compré una tabla casi nueva (tenía dos baños) en la única tienda de surf del pueblo, la de Walter, por $400. El mar seguía chiquito y descubrí que en los meses de septiembre/octubre predominan los swells del sur y Mancora necesita marejadas del norte. Aquí la dirección del swell es crucial. Conocí a Vildo (un chileno), Patrick (un científico alemán algo excéntrico) y a una pareja de brasileños (Álvaro y Renata). Todos queríamos ir a conocer Lobitos, una hora al sur, pero la gente que organizaba salidas allá como Walter el dueño de la tienda o Pulpo un guía de surf estaban fuera de la ciudad y el taxi era demasiado caro (entre comillas, porque todo en Perú es muy barato relativo a Europa, un alojamiento normalito sobre los €10 la noche y una comida €3). La infraestructura del transporte público en el norte de Perú es bastante deficitaria, así que durante otros dos días, fue como la peli del “día de la marmota” en Mancora con un swell pequeño y una ola bastante tablonera y concurrida hasta que por fin el lunes vino Pulpo al rescate.


El lunes por la mañana apareció Pulpo con su furgoneta para llevarnos a Lobitos. El tipo era un cincuentón fornido que durante bastantes décadas se había dedicado a repartir ostias por todos los picos de Perú hasta que una ex novia psicoanalista italiana le cambió el chip y ahora decía que todo era “peace and love”, menos cuando le tocaban mucho los huevos y veía todo de color rojo de nuevo.

Toda la costa del norte de Perú es desértica, pero llegando a Lobitos se vuelve más árida si cabe. La primera impresión llegando allá fue la de entrar en un pueblo fantasma, con barracones militares abandonados a los que no quedan ni los cimientos, algunas cabañas de chapa y madera y bombas de petróleo tipo western esparcidos por la zona. Hacía frío y el viento comenzaba a arreciar. Debido a la corriente de Humbolt el agua estaba fría e incluso con un buen 3/2 estaba destemplado. Aunque el mar era mayor que en Máncora, el swell en la playa de los muelles no llegaba al metro, el Magicseaweed ya nos había avisado que sería el día más pequeño de la semana.

Pese a este desalentador comienzo los brasileños y yo decidimos quedarnos en Lobitos pues el parte decía que un potente mar del sur estaba en camino y ya habíamos tenido suficiente del “Benidorm” mediometrero mancoreño. A la tarde cuando amainó el viento nos dimos un buen baño en Generales, izquierdas larguísimas y huecas. Aquí todo son izquierdas sí o sí. Era la antesala del swell que llegaría al día siguiente de dos metros y periodo 20 segundos!!

Durante los tres siguientes días el espectáculo que vieron mis ojos fue completamente hipnótico. Olas de metro y medio a dos quebrando cilíndricamente durante cientos de metros. En Lobitos las olas rompían consistentemente formando tubos largos como los que solo había visto en vivo en contadas ocasiones en los mejores días que recuerde de Mundaka. De hecho Lobitos era a todos los efectos Mundaka II. Los locales decían que los fondos no habían estado tan buenos en cuatro o cinco años. Estaba increíble o como dicen los peruanos: “Oye brother, mírele que Lobitos está buenasssoooo para correr tabla!!!”

Una ola world class como esta no pasa desapercibida y con los partes anunciando las crecidas del mar con semanas de antelación un porrón de pros de Lima, Brasil y puntos varios se habían venido a Lobitos. Muchos australianos y argentinos también. Con 40 tíos en el agua y la mayoría unos máquinas las olas se vendían caras y tocaba esperar a que a alguno le engullese un tubarro para lanzarse al precipicio. El primer día comí de lo lindo, no estoy acostumbrado a bajadones de ese calibre y “la remada del miedo” estaba presente, jeje! La amiga brasileña Renata aunque andaba muy bien (de chavalilla iba para pro) no se atrevía a entrar al agua, el novio Álvaro con un porrón de surfaris a la espalda (repetía ya en Lobitos) se casco dos tubos de escándalo ese día. En el agua era como ver una película de surf, con pros metiéndose en tubos largos y haciendo giros imposibles.

Para que os hagáis una foto composición de la playa de Lobitos yendo de sur a norte se divide en varias olas, al sur del todo está El Hueco, una especie de Roca Puta de izquierdas que forma enormes tubos que rompen enfrente de las rocas. Sólo los ultra pros con tendencias suicidas entran allí. Seguido viene La Frontera una ola que con suerte puede conectar a veces con la ola de Lobitos para hacer un recorrido cuasi kilométrico, aquí también hay una buena hilera de rocas delante, y si andas poco avispado sales sin dientes. Luego viene Lobitos una ola como Mundaka pero más larga diría yo. A unos cientos de metros y cuando hay mar con norte rompe Generales, otra izquierda potente con el pico frente a la ex casona del general en lo alto de una loma. De ahí a unos tres minutos andando está Muelles, una orillera tipo las francesas (de izquierdas también, como no) que aparece frente al embarcadero pesquero. Y andando ya unos pocos minutos más está Piscinas, un pointbreak super divertido y asequible para los mortales que comienza en unas rocas donde hay una especie de piscina semi-natural.

A todo esto, ¿Os imagináis un lugar donde el viento sea offshore las 24 horas del día? Existe, es Lobitos. ¿Suena demasiado bien para ser cierto? Así es, hay un inconveniente, y es que en esta época del año solo se puede surfear a primera hora hasta las 11 am y a partir de las 5 pm hasta el anochecer a las 6:30 pm porque durante las horas céntricas del día arrecia un viento offshore infernal, el mar se llena de borregos que hacen surfear la ola muy complicado y es cuando salen todos los Kite surfers con sus cometas a correr con la tabla.

El segundo día del swell desistí de ir a Lobitos con los pros, y decidí entran en Generales (este sería el último día que rompería porque el resto de swells fueron del sur) donde estábamos cuatro cogiendo paredes enormes e interminables y bien huecas que casi nos llevaban hasta el muelle. Al acabar la ola no merecía la pena remar de vuelta al pico, había que salir, regresar andando hasta la altura del pico y entrar de nuevo con la corriente. Una vez cometí el error de no salirme y estuve remando como un desalmado más de media hora.
Los siguientes días el swell iría gradualmente decreciendo pero sin bajar del metro y pico. Desarrolle una estrategia que mantendría el resto de mi etapa allí. Me metía al amanecer con los primeros rayos de sol en Lobitos a las 6 am. Aunque ya había siempre cuatro o cinco personas remando en la penumbra me cogía dos, tres o cuatro olas hasta casi las 7 am cuando ya entraba el mogollón. Entonces salía y me iba andando hasta Piscinas (a menos de 10 minutos) allí estaba solo o con un australiano que madrugaba durante hora y media. No sé ni cuantas olas buenas pude coger allá. Cuando comenzaba a entrar el turno de las 8.30 am, me iba de regreso para el muelle. Allí habría dos o tres personas, cogía unas cuantas olas más hasta que entraba el último relevo de los más perezosos. Si me encontraba con fuerzas, y como me pillaba de camino hacia el hospedaje entraba en Lobitos y rascaba una o dos olas más si se podía. De allí al desayuno de huevos revueltos y café al “restaurant” menos una estrella en la guía Michelin de Don Lucho y a dormir un rato tras 4 horas de izquierdas perfectas.

Los dos últimos días de la semana en Lobitos el mar bajo ya bastante, pero en Piscinas que es un imán para los swells todavía tenía series de metro bien puestas. Lobitos estaba dando medio a tres cuartos de metro todavía perfecto y todo el equipo de chavalines pro de la selección peruana dieron un recital de tubitos, con su pequeño tamaño encajando a la perfección en los “cuartitos verdes” que formaban las olas.

Esa anteúltima tarde en Lobitos con un trasfondo reminiscente de Jeffrey’s Bay con olas de verde esmeralda gracias al sol ya bajando iluminándolas por detrás ocurrió un momento mágico. Estaríamos una veintena de personas en el agua y de repente emergió la aleta de un delfín a unos 30 metros, en un abrir y cerrar de ojos comenzaron a salir varias docenas de delfines por todos los lados, nos rodeaban tranquilamente como una tribu marina reconociendo la presencia de otra especie acuática. Todos nos quedamos parados, los delfines se entrecruzaban entre nosotros y aparecían a menos de un par de metros. Incluso pasaron dos series y la gente no estaba segura si tirarse a cogerla por si se iban a cruzar con un delfín surcando la ola. Poco a poco se fueron, pero regresaron a la media hora brevemente para despedirse. Increible.

Esa noche cenando en El Tranqui donde por 10 soles (3 euros) te comes un arroz con frejoles y un filetaco de atún bien sabroso, apareció en el pequeño chiringuito Kepa Acero. Me presenté y como estaba solo me invitó a su mesa con otros dos surfers que había conocido en su albergue. Un tío tan natural y majete como aparenta en sus blogs (me encantó sus 5 olas 5 continentes y demás proyectos de surfista viajero con el que me identifico mucho más que con los surfistas de competición).

En el día y medio que me quedaba por allí nos cruzaríamos y charlaríamos unas cuantas veces, también le presenté a Rafael, alias “el sospechoso” (no me preguntéis porqué le llaman así), que grababa vídeos de surf de mucha calidad, como su último trabajo Olas Norteñas con tubarros de Panic Point, Lobitos y Cabo Blanco muy heavies. Kepa quedó con él para que le filmase y diese consejo sobre Panic y Cabo Blanco, que eran los objetivos de Kepa. Los partes daban un buen swell para el día después de irme pero creo que no fue suficiente para que Panic rompiera. Ayer ví que Kepa colgaba un vídeo de Lobitos, de La Frontera debería decir, que saca buenos tubos (aunque sigo opinando que el swell anterior en Lobitos fue mejor, quizá con más dirección sur, haciendo las olas mucho más largas, o quizá es porque las olas parecen siempre más impresionantes y bonitas cuando uno está dentro del agua).

Me fui de Lobitos a regañadientes por ese swell que venía de camino y todavía me quedaban dos días en Perú, pero debía retornar a Mancora para comprar el billete y asegurarme de tener plaza de autobús de regreso a Guayaquil (y menos mal porque fue petado a la vuelta). Me llevó hasta Mancora un tipo muy majo, Miguel de Sopelana que con su mujer peruana e hijos había emigrado hace un año al norte de Perú y estaba alucinando con la calidad de las olas del lugar. Las dos siguientes mañanas entré en la ola de Mancora, que aunque no sea Lobitos y necesite más norte para brillar, sobretodo el último día me despidió con un baño de metro pasado muy divertido.

Ya la última tarde probé a re-vender la tabla que había comprado a Walter, pero el susodicho me ofrecía la mitad de lo que le había pagado hace semana y media, así que ante tal devaluación decidí traérmela y subconscientemente era lo que deseaba, pero no quería darles ni un duro a los ladrones (por no decir cabr…es) de Iberia que me iban a cobrar un pellizco (esta vez fueron $75). A ver cuando aprenden de las aerolíneas brasileiras, o Air France o Air New Zealand o un largo etc de compañías y dejan de cobrarnos las tablas.
En el vuelo de vuelta me encontré con la grata sorpresa de un amiguete que conocía del agua, que yo no sabía que trabajaba de azafato para Iberia, y hablamos de las olas y de que deberíamos organizar otro surfari a las olas norteñas del Perú algún día. Ahh que bonito es soñar!

Yo antes de ir tenía a Perú como surf trip número uno en mi lista de opciones si me diesen a elegir y desde luego que no me ha defraudado. Un lujazo de izquierdas, el goofy-paraíso, que recomiendo a cualquier amante de olas largas y preciosas.

Hasta pronto, SF

sábado, 1 de octubre de 2011

SURFEANDO EN ECUADOR

El surfari comenzó antes de lo previsto, mi idea era trabajar en Ecuador una semana y tras mis compromisos laborales ir dirección norte Perú en el autobús nocturno, el cual me dispongo a embarcar en unas horas.



Trabajando en Manta, una ciudad costera con la mayor flota de atuneros del Pacífico, y observando desde la ventana del hotel mismo una crecida de mar importante era imposible escaparme a coger olas. La playa de Manta, de nombre Murciélago, tiene olas pero no parecen demasiado surfeables, y aunque quisiera entrar no tengo ni tabla. Aquí aparte de algún super hay tiendas de poco y menos de surf. Encima me encontraba constantemente rodeado de cuatro socios de trabajo para desde el desayuno hasta la cena.



Pero un día el destino decidió tornarse de mi parte cuando el armador Don Luigi, un ecuatoriano de ascendencia italiana, decidió invitarme a comer. Me había llevado solo a mí porque quería discutir un arte de pesca que yo conocía pero mis otros colegas no. Tras hablar un buen rato de pesca mientras comíamos un camotillo a la brasa (un pez delicioso que solo se alimenta de camarón) la conversación se tornó más informal. Le conté que iba a quedarme unos días por el norte de Perú, sin especificar qué tipo de turismo porque a veces los desconocedores catalogan a los surfers de vagos, yonkis y demás estereotipos. Sin embargo me cazó a la primera. Me preguntó “¿Que deporte haces tú?” y confesé que surfeaba. Don Luigi exclamó: “Ajahh, lo sabía, un biólogo que no aprovecha para ir a las Galápagos y se va al desértico norte del Perú solo puede ser por una cosa, surf!”.



De ahí procedió a contarme como su hijo, ahora en la treintena, había sido campeón junior de surf del Ecuador en su juventud y como durante años fue a una competición tras otra a apoyar a su hijo. Además, el primogénito Luigi Jr., estudió la carrera de capitán en Vigo y surfeó mucho en España, incluso inauguró algún spot de roca a los cuales los locales no se habían atrevido a enfrentarse por aquellos tiempos. Qué coincidencias tiene la vida pensé.


Pero la cosa no quedó allí, Luigi dijo que el mar había subido y que iba a llamar a un amigo de su hijo para llevarme a surfear. “Pero don Luigi, está tarde tengo una entrevista que realizar con mis compañeros en el puerto” le contesté. El me replicó que no me preocupase de eso, el lo arreglaba con una llamada, “les digo que has ido a examinar mis barcos y listo”. Así que zumbando al hotel a coger el bañador y la licra y me llevó a conocer al amigo Osvaldo, que había entrenado a su hijo y era ex campeón nacional también. Físicamente el tipo me recordaba mucho a Tom Curren. Andaba parcheando una tabla vieja, con sus hijos de 13 (miembro de la selección Ecuatoriana) y el de 6, llamado Bruce, sentados al lado dándoles parafina a sus minúsculas 5’4'' y 5’2''. Justo iban a salir a coger olas, así que me dejaron una vieja tabla y partimos en una ranchera que jamás vi cosa tan cachambrosa. Totalmente carcomida por el óxido sin ventanas, las puertas ni cerraban casi y con los hijos y unos amigos en la parte de atrás sujetando las tablas zarpamos.



Por el camino me explicó que shapeaba, sobre todo tablas de balsa que exportaba a Australia y América. El destino surfístico de hoy era el pueblito pesquero de San Andrés que tenía dos olas, un beach break y un point break. Llegados a la playa y tras sortear con el coche los numerosos tiburones y peces espada que se subastaban en la arena, aparcamos allí. En frente, sorprendentemente bastante gente en el beach break. Puede que una docena de chavales o más cogiendo una ola super orillera, con muy buena forma tipo Las Landas, rompiendo sobre el metro y pico. A lo lejos el point break, más filtrado, con izquierdas de medio metro bien formadas y vacías. Los hijos fueron directos a la ola machacona.




Tras dudar si meterme en la orillera cañera y petada o el pointbreak vacío más chiquitín opté por la segunda. Osvaldo creo que prefería la orillera pero me acompañó, y se nos junto una chica francesa (profesora de surf exiliada en Costa Rica y de vacaciones por allí). Durante dos horas disfrutamos de un poinbreak “peque” pero con una forma y longitud espectacular. En el agua me contó Osvaldo que en los swells del norte de invierno, sobre todo diciembre, entran olas de dos metros plus con tubazos increíbles. Dice que las olas pasan los 30 o 40 segundos, a veces enlazando con la orillera, que está a más de 300 metros para hacerse toda una. Recordaba que en el Niño del 98 (fenómeno meteorológico que forma grandes marejadas y lluvias copiosas) cogió en este pointbreak su mejor ola, un monstruo de tres metros largos que recorrió durante más de minuto y medio cubriendo lo largo del pueblo de San Andrés y más allá aún. Viendo la calidad evidente de este poinbreak de roca y el nivelón de Osvaldo (y su humildad) me lo creo.



Ya salimos anocheciendo del agua y con un buen puñado de olas cada uno. De vuelta a Manta, Osvaldo me cuenta como quiere montar una escuela de surf en San Andrés para sacar a los niños locales de la delincuencia y entrenarles a surfear como ángeles. Paramos a tomar un pan de yuca en el puestillo de camino y me regresaron al hotel. Le dije que si encontrase tiempo me escaparía gustoso otra vez con él y sus chicos. Don Luigi me llamó entonces para preguntar cómo me fue y le dí mil gracias por este regalo inesperado. Ya el trabajo no me dejó otro hueco para escaparme a correr las deliciosas olas de San Andrés pero al menos lo conocí y probé ese día.

Ahora empiezo mi periplo para Perú norte, zona de Piura con Lobitos, Máncora, Órganos y otras olas en mente. Ya os cuento pronto como fue.

Un abrazo,

SF